Algunos poemas (Emma Barrandeguy)
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Media tarde
La gata blanca espera en vano
el gorrión que corresponda a su
boca.
Escucha los sutiles ruidos
de la siesta.
Mira.
Leo una carta vieja de mi padre.
Las raíces no tienen ya fuerza
para abrir nuevos canales
en la tierra.
Y encogen sus tentáculos
en el otoño que se inicia.
Un sol débil entra por la ventana
hasta mi brazo
y agazapado para el salto
me abandona
como los gorriones y vuela
brevemente
por el cielo.
Planta
A través de decenios, de patios,
trasplantes, mudanzas, basuras,
desdenes, colillas y helechos
vuelve a florecer el lirio atigrado
de noviembre,
traído por tus manos
a los canteros de mi adolescencia.
Miro sin asombro el milagro.
Envejezco,
rabiosa de vida, como el lirio.
Déjenme ser una hoja de árbol...
“Déjenme ser una hoja de árbol,
acariciada por
La brisa”
La última hoja amarilla
de los fresnos,
del ceibo, de la glicina blanca.
Soy.
Ya culmina el otoño
entre nosotros.
Las hojas esperan en la vereda
El agua que las empape y las
ensucie.
El árbol, libre de ellas,
al fin puede conversar con la luna
que asoma brillante y sensual
por el este de la noche
que silba entre las ramas
Fiesta patria
Domingo en soledad, y compañía.
mis ojos viejos miran la lluvia
fuerte
de la siesta,
pienso en tus pechos
y en tu espalda
y en lo que ahora haces;
tu patrimonio,
lo que por amor logras
para tus hijos
y en cartas que no llegan
como en principio.
yo ya no puedo darte
mi cuerpo viejo,
sólo mis manos tengo para tocarte
y el oírte distante
aún me acompaña
y yo siempre lo pienso, mi vida,
como es que no puede encender una
llama
como conmigo hiciste.
ojalá lo lograras
y si lo logras
te seguiré queriendo
y no sólo en domingo
ni en fiesta patria
sino toda, toda la semana.
Marina
Las patitas quemadas
De la andariega
Con la mente que arde
Y el corazón que espera.
Sigan andando fuerte
Las dos patitas
Que las llevo en mi mano
A las dos solitas.
Y esa mano se tiende
Como siempre en la vida
Esperando el abrazo
De bienvenida.
Carolina
Besaras en el cuerpo
De esta anciana que camina
Hacia su muerte
A tu padre
O al mío
En nuestra enmarañada
Sangre
Y yo besaré tu hombro desnudo
Con delicia
Como si mis manos tocaran
Flores delicadas.
Te aguardo sin decirte
Todo esto que ansío de vos
Tengo miedo
Pero te amo
Mientras un hombre
Llamado Benjamín
Sonríe entre sus cenizas.
Paseo
Descalzo entró en mi cuarto,
llovía y estaba acostada.
Me levanté y salimos en el auto.
Él estaba triste, había llorado
por un desamor.
Él sabía, sin embargo, que yo
soñaba
con un imposible amor
para mis años,
pero yo sabía también que a él
eso lo ponía contento.
Quería verme feliz y compartir algo
conmigo.
Aunque fueran cinco días de dicha,
decíamos.
Él lo había adivinado.
Y yo metía los pies en sus zapatos
aplastados
mientras errábamos por Gualeguay
bajo la lluvia.
Y el amigo y yo nos dábamos la
mano,
solos y
acuñados por idénticos
desencuentros.
Narcisista y marido muerto
Trabajador de changas ciudadanas,
lo que encontrabas por ahí
para pagarte las copas.
Canoso, vencido, con un bastón
contra las burlas de los tontos
y tus piernas inseguras:
muerto, vagabundo sin prisa.
Vengo desde distancias a
encontrarte,
solo
como siempre viviste
a pesar de nuestras sopas de maíz,
a pesar de nuestros encuentros
nocturnos.
Me decías que yo tenía
demasiados libros en la cabeza
y quizás tenías razón
cuando elegías las camisas
o regalabas las corbatas que te
compraba.
Espero el reloj que me prometiste
mientras te daba el brazo por la
calle
y estaba contenta de tener un
hombre
enredado a mi cintura.
Casi no reías,
no sé qué recuerdos o qué
encuentros
te volvieron bebedor incansable,
pero amabas la tierra
y mirabas los ríos y los animales
con tus ojos de niño.
Trajiste para mí un gato blanco
en el bolsillo del gabán
y me levantabas en el aire
con tus brazos de fiesta.
No supe darte paz y alegría
y ahora sé que hemos vivido
inútilmente.
Estás muerto,
perdido en los baños de los bares
como otras veces
cuando rechazaba tus caricias.
Y pasarán centurias
antes que todo se haga trizas
como se hará,
y la vieja Botana y mi madre,
y vos y Manrique y Teba y tantos
hayamos comprendido
que la vida es sencilla
y el sexo un lugar como otros
y la cultura un estrabismo apenas.
Con tu mano en mi mano,
Neil borracho,
recibo tu certificado de muerte
y miro el anillo que me compraste
hace tantos años
por treinta y cinco pesos.
Amigo: único yanqui pobre,
motociclista en el cilindro de la
muerte.
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