Algunos de Robert Frost


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Intimidad con la noche

Sé lo que es la nocturna intimidad.
He salido con lluvia, con lluvia he regresado.
He pasado las últimas luces de la ciudad.

El callejón más triste he contemplado.
He cruzado al sereno que hace su recorrido
Y para no explicarle, la mirada he bajado.

El rumor de mis pasos, callado, he detenido
Cuando un grito ahogado me ha llegado de lejos
Sobre casas y calles y baldíos vecinos,

Sin que fuera un llamado o un saludo; y más lejos,
Más lejos, en la altura sideral,
Un reloj luminoso contra el cielo

Proclamaba que el tiempo no era malo ni bueno.
Sé lo que es la nocturna intimidad.

Traducción: Pablo Anadón


La senda no seguida

Dos senderos se abrían en un bosque amarillo
Y apenado por no poder seguir los dos
Siendo un solo paseante, me detuve un buen tiempo
Y contemplé a uno de ellos hasta donde podía
Divisarlo entre medio de la ocre espesura.

Luego fui por el otro, que era también hermoso,
Y quizá poseía más derechos que aquel,
Pues la hierba más alta pedía un mayor uso,
Aunque a decir verdad, uno y otro mostraban
Más o menos el mismo tránsito de pisadas.

Y a ambos esa mañana los cubrían las hojas
Que ningún paso aún había ennegrecido.
¡Oh, yo dejé el primero para algún otro día!
Sabía, sin embargo, que un camino a otro lleva,
Y en el fondo dudaba que alguna vez volviera.

Seguiré contando esto, lo sé, con un suspiro,
En cualquier otro sitio, luego de largos siglos:
Dos senderos se abrían en un bosque, y yo fui?
Yo fui por donde había menos huellas humanas,
Y en eso, al fin, estriba toda la diferencia.

Traducción: Pablo Anadón



Un pájaro menor

He deseado que un ave se alejara
Con su canto monótono del umbral de mi casa.

Desde la puerta le he batido palmas
Cuando creí que ya no lo aguantaba.

En parte debió ser mía la culpa.
El mal no era del ave con su música.

Y por cierto ha de haber algún error
En querer acallar cualquier canción.

Traducción: Pablo Anadón


Hay zonas generales

Nos sentamos adentro y conversamos del frío que hace afuera.
Y cada vendaval que arremete y arrecia
pone en riesgo la casa. Pero la casa ya pasó otras pruebas.
Pensamos en el árbol. Si nunca más tiene hojas,
sabremos, nos decimos, que fue esta la noche de su muerte.
Es demasiado al norte, lo admitimos, para plantar duraznos.
¿Qué le sucede al hombre, es el alma o la mente
quien le impide estar preso por límites, fronteras?
Parece que aspirara a ampliar el radio
de las formas de vida hasta el Ártico.
Por qué no acaba nunca de aprender
que aunque entre el bien y el mal no hay líneas fijas
hay zonas generales con leyes que observar.
No hay mucho que podamos hacer hoy por el árbol.
Pero es inevitable, nos sentimos un poco traicionados,
porque vino a soplar el viento noroeste
justo cuando cayó el frío bajo cero.
No tiene hojas el árbol y quizás nunca broten otra vez.
Para saber habrá que esperar meses, hasta la primavera.
Pero si nunca más vuelve a crecer,
podrá culpar al rasgo ilimitado del corazón humano.

Traducción: Ricardo Herrera y Eleonora González Capria



En bosques de hoja caduca

¡Son una y otra vez las mismas hojas!
Caen desde la altura en que dan sombra
Y forman una trama de marrón desgastado
Que le calza a la tierra como un guante de cuero.

Antes de que las hojas puedan subir de nuevo
Para tupir los árboles de sombra,
Deben hundirse mientras otras trepan,
Deben hundirse entre la negrura infecta.

Deben ser perforadas por las flores
Y estar bajo sus pies de bailarinas.
Puede que sea distinto en otro mundo,
Pero sé que funciona así en el nuestro.

Traducción: Ricardo Herrera y Eleonora González Capria



Cierra ya las ventanas

Cierra ya las ventanas y haz que callen los campos;
Que se agiten, si quieren, en silencio los árboles;
Ya no se oyen las aves, pero si alguna canta
Seré yo únicamente el que saldrá perdiendo.

Pasará mucho tiempo hasta que se hagan barriales
Pasará mucho tiempo hasta que vuelvan las aves;
Cierra pues las ventanas, no escuchemos el viento:
Veamos cómo todo acompaña su movimiento.

Traducción: Ricardo Herrera y Eleonora González Capria


El prado

Voy a limpiar el manantial del prado;
Me detendré tan solo a sacar hojas
(Y acaso espere a ver el agua limpia).
No me demoraré… Ven tú también.
Voy a buscar el ternerito nuevo
Que está junto a la madre. Es tan pequeño
Que cuando ella lo lame trastabilla.
No me demoraré… Ven tú también.

Traducción: Ricardo Herrera y Eleonora González Capria



El teléfono

-Cuando hoy llegué al extremo más distante
Que pude alcanzar caminando,
Hubo un momento
De completo silencio
En el que al inclinarme sobre una flor te oí
Hablar. No digas que no porque escuché tu voz:
Me hablabas por la flor que está en el ventanal.
¿Recuerdas qué dijiste?

-Dime primero qué creíste oír.

-Tras encontrar la flor y espantar una abeja,
Agaché la cabeza y
Tomándola del tallo
Me puse a oír y creí entender la palabra…
¿Cuál era? ¿Me llamaste por mi nombre?
O dijiste…
Alguien me dijo: ‘Ven’… lo escuché al inclinarme.

-Tal vez pensé algo así, pero sin decirlo.

-Bueno, por eso vine.

Traducción: Ricardo Herrera y Eleonora González Capria



El arreglo del muro

Hay algo que está en contra de los muros,
algo que hincha la tierra helada en sus cimientos
y desmorona al sol las piedras de la cima,
abriendo brechas por las que pasan dos hombro con hombro.
La de los cazadores es una obra distinta:
vine tras ellos a arreglar el muro,
pues no han dejado piedra sobre piedra
por sacar al conejo de la cueva
y aplacar a los perros. Me refiero a las brechas
que nadie vio nacer u oyó nacer,
pero que en primavera, tiempo de arreglos, vemos.
Le aviso a mi vecino tras la cuesta;
y un día nos reunimos para marcar los límites
y levantar de vuelta el muro entre nosotros.
El muro nos separa y trabajamos.
A cada cual las rocas rotas de cada cual.
Y como unas son panes y otras casi pelotas
nos valemos de hechizos para que se mantengan:
“¡Quédense quietas hasta que nos demos la vuelta!”.
Nos gastamos los dedos de moverlas.
Ah, como otro deporte al aire libre,
uno contra uno. No es mucho más:
el muro no hace falta donde está,
lo suyo es puro pino y lo mío manzanos.
Mis manzanos jamás van a cruzar
a comerse los conos de sus pinos, le digo.
Me dice solamente: “Con buenos cercos hay buenos vecinos”.
La primavera me provoca, y pienso
si podré hacerle entrar la idea en la cabeza:
“¿Por qué buenos vecinos? ¿No van cercos
solo si hay vacas? Pero acá no hay vacas.
Antes de levantar muros me gusta
saber qué dejo adentro o dejo afuera
y a quién puedo ofender al construirlos.
Hay algo que está en contra de los muros,
que los quiere tirar”. Puedo decirle “duendes”,
pero duendes no son, y yo quisiera
que él mismo lo dijera. Allá lo veo
trae una roca firme en cada mano,
como un salvaje armado de la edad de piedra.
Está a la sombra, me parece a mí,
no solo de los bosques y los árboles.
No quiere cuestionar el refrán de su padre,
y tan contento está de haberlo recordado
que dice una vez más: “Con buenos cercos hay buenos vecinos”.

Traducción: Ricardo Herrera y Eleonora González Capria


La siega

No se oye otro sonido junto al bosque, solo este,
Y es mi larga guadaña susurrándole al campo.
¿Qué le está susurrando? No sabría decirlo.
Tal vez le cuenta algo sobre el ardor del sol,
Algo sobre la ausencia de rumores, tal vez,
Y de ahí que susurre y no le hable en voz alta.
Nada acerca del sueño que nos regala el ocio,
O del oro ofrecido por un duende o un hada;
Lo que excede lo cierto le parece muy poco
Al amor esforzado que cultiva en el cieno
(No sin sus tenues flores: las pálidas orquídeas)
Espantando culebras de un verde deslumbrante.
Los hechos son los sueños más dulces del trabajo.
Susurra mi guadaña, mientras prospera el heno.

Traducción: Ricardo Herrera y Eleonora González Capria


Pogonias silvestres

Un prado rezumante,
como una ínfima joya, redondo como un sol,
Un aro no más grande que los árboles
A su alrededor
Donde el viento no entraba
Y el aire sofocaba por el dulce
Aliento de un sinnúmero de flores:
Un templo del calor.

Allí bajo el fulgor, arrodillados,
Tal cual se debe venerar al sol,
Juntamos mil orquídeas
Que estaban a la vista;
Porque aunque había poca hierba en torno
Una brizna de cada dos tenía
Pintadas en la punta un par de alas coloridas,
Que teñían la atmósfera.

Una humilde plegaria
Rezamos antes de dejar el prado atrás:
Que durante la gran cosecha
Se olvidaran de aquel lugar;
O que, con menos suerte, recibiera
Unos breves honores:
Que nadie segara la hierba
Mientras se confundiese con las flores.

Traducción: Ricardo Herrera y Eleonora González Capria


A buscar agua

El pozo de la entrada estaba seco
Y nos fuimos llevando balde y tacho
Por los campos, a espaldas de la casa,
Para ver si el arroyo aún corría;

Contentos del motivo para ir,
Porque era un lindo atardecer de otoño
(Aunque algo frío) y era nuestro el campo
Y nuestro el bosque al lado del arroyo.

Corrimos como yendo hacia la luna,
Que salía despacio tras los árboles,
Tras las ramas sin hojas, ya desnudas,
y sin los pájaros y sin la brisa.

Pero al llegar al bosque nos paramos
Como duendes que de la luna huían
Listos para correr e ir a escondernos
Entre risas, aunque nos vio enseguida.

Nos sujetamos ambos con las manos
Para oír antes de poder mirar,
Y en medio de un silencio que fue cómplice
Oímos, reconocimos el arroyo.

Una nota de un único lugar,
una débil cascada cantarina:
ya gotas que flotaban como perlas,
ya una hojuela de plata en el remanso.

Traducción: Ricardo Herrera y Eleonora González Capria



Pidiendo rosas

Una casa, al parecer sin dueña y sin dueño,
Con puertas que tan solo el viento azota
Y los pisos cubiertos de vidrios y de yeso,
En medio de un jardín con anticuadas rosas.

Paso con Mary mientras anochece;
“Me pregunto”, le digo, “a quién le pertenece”.
“A nadie que conozcas”, responde desdeñosa.
“Pero hay que consultarle antes de cortar rosas”.

Y nos damos la mano en el frío rocío
Que cae en el silencio del bosque que reposa,
Y hacia la puerta abierta marchamos decididos
Y llamamos al eco cual mendigos de rosas.

“¿Está allí, por favor, Señora Sea-quien-sea?”.
Es Mary la que habla y explica la visita:
“¿Está allí? ¡Por favor, déjeme que la vea!
Es verano otra vez; vinimos por las rosas.

“Quiero hablar con usted, acuérdese de Herrick,
El poeta; no hay chica que no sepa la cita:
Si una flor no se corta, tan solo se marchita,
Y no se gana nada atesorando rosas”.

Mantenemos unidas las manos que nos dimos
(No nos importa mucho si le da un mal sentido)
Y entonces se aparece brillando vaporosa
Y guardando silencio nos concede sus rosas.

Traducción: Ricardo Herrera y Eleonora González Capria



La familia de la rosa

La rosa es una rosa
Y siempre fue una rosa.
Hoy la teoría esboza
Que la manzana es rosa
Y la pera, y también,
Sospecho, la ciruela.
Solo Dios sabe bien
Qué más se dirá rosa.
Tú, por cierto, eres una rosa,
Pero jamás fuiste otra cosa.

Traducción: Ricardo Herrera y Eleonora González Capria



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