Poemas de Diego Ravenna
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a la oscuridad. Temblaba por algo
que demorado en la materia
hacia la noche en mí. “No estés triste
-decían mis padres- también el día esconde
lo que lo excede”. Con la misma
naturalidad con que la tierra absorbe la
lluvia
yo hice de mi cuerpo un pequeño sol.
Aprendí entonces que sólo la imaginación
sostiene lo que jamás estuvo.
Ahora sé, en el desierto el agua
puede ser una mentira. Habría que
atravesarlo
como quien no espera nada. Lo que hace
falta hay
que imaginarlo.
...
Si pudieras ver cómo avanza
cada vez la misma agua entre las piedras,
sabrías que la distancia entre vos y las
cosas
se ha clausurado como si la mirada se
deslizara
envolviendo uno a uno los objetos.
Tal vez deseabas lo que es idéntico y
aviene
en imagen junto a las sombras, o que otros
imaginen en tu lugar lo que el recuerdo
por sí solo no logra sostener. De todos
modos,
resulta difícil decir por qué, el impulso
de comprender con el cuerpo lo que se
vuelve ajeno.
El miedo es ahora una hermosa nube gris,
que desanda, lo que creíamos perdido.
El viento sopla de nuevo sobre mi cara.
Déjenme, que ahora tenga un hermano
y no solo la certeza de su alejamiento.
...
Querido hermano:
Nunca entendí si el recuerdo
es una variación en la intensidad del
olvido
o si es dejar que el deseo se obstine
en lo que ya no puede ser. En todo caso
diré que llevo conmigo tu persistencia
como si fueras una imagen
sin relación alguna con tu cuerpo.
¿Estaré deseando algo que se desborda?
¿Que no puede lo suficiente? ¿Podré por una
vez
abandonar lo que no regresa?
Vos decías que nadie
podía darme la verdad “debes tocarla
como agua entre las manos”
pero la única verdad es ese instante
donde algo se conserva y extravía
en un mismo movimiento.
Hoy, me entrego al lento fluir de todo
cuanto intenta asirse al mundo.
La infancia fue una materia dócil
sobre la que el tiempo labró todas las
formas
posibles de una pérdida.
...
A veces, en medio de la noche
creo que despierto pero la sensación
de que aun estoy dormido me atormenta.
El temor no logra, sin embargo calmarme.
Mientras el cuerpo aguarda que todo suceda
pienso “apenas el otoño y su sonido, el
relieve
de una estación que se propaga en el aire”.
La voz de mi hermano era en mi niñez
esa vigilia y verdad entonces
las hojas cayendo al otro lado en la
ventana.
...
El último abrazo alejando la tristeza
infantil.
La sensación fría, como si todo viniera no
de un cuerpo
sino de la memoria de su espacio.
...
Pienso en tu cuerpo doblándose lento
hacia la luz. Si pudiera tan sólo imaginar
su peso
la marca de sombra que dejaste, el lugar
vacío
donde ya nada te ampara.
Antes hubiéramos dicho “lo que nos une es
más fuerte”
protegidos quizás por esa idea del abandono
que conservan los niños cuando todavía
creen posible
ocultarse de ciertas palabras. De aquellos
días
ninguno permanece en mí, no después de la memoria.
Unido ahora a lo que está cesando de
respirar
como si fueras el último haz de luna
que alumbra y toca el pie descalzo.
...
para Claudia
No hay fuerza capaz de devolvernos intacto
lo que fue amado,
nada puede, ni siquiera él mismo.
Y es verdad, no deseamos la imagen que se
ha establecido
en el lugar donde estuvo su presencia,
ni anhelamos, el momento anterior a su
desaparición.
Todo lo que esperamos es un instante de
esplendor,
algo que nos proteja, si es necesario,
hasta de su propia materialidad,
del mismo modo que el abrazo de una madre
protege al hijo recién nacido, ante su
primer contacto con el mundo.
...
Me quedo solo. La tarde está rara y silenciosa.
Profundamente quieto estoy solo. Todo lo que amo
lo que siempre amé está aquí, como si no se hubiera ido: las plantas
creciendo a la luz del sol, animales diminutos en los rincones,
la enredadera que trepa el muro hasta alcanzar la casa del vecino.
Tanto verde hay tanta vida que ya nada se resiste.
Amor, quisieron dejarme sin nada y no pudieron
como una casa abandonada: todo lo frágil me pertenece.
...
El agua se demora sobre las flores del
jacarandá.
En ese instante nada se pierde ni acumula,
hay sólo una separación momentánea
de las cosas destinadas a unirse. De
repente,
el violeta ya no resiste: llueve sobre el
jardín
tal como nosotros lo imaginamos.
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